La densa oscuridad envuelve la jaula
donde la bestia, encadenada por el miedo,
con un rubí quebrado y una mirada inestable,
ahonda en su solitario y sangriento retiro.
Barrotes del más oscuro metal forman la celda,
tres siluetas forjan la llave de su libertad: el alma,
un rubí indemne y una anhelada pluma blanca.
Una figura atraviesa la densa niebla y alarga su brazo,
se acerca al animal aislado y este, sorprendido, le gruñe alertado,
sus miradas se cruzan y hablan sin emitir sonido alguno.
El alma empieza a resonar, el rubí vuelve a latir y de su voz
nace la pluma que abre las puertas y libera de las ataduras
que durante siete lunas han contenido al lobo blanco.
La densa oscuridad se desvanece a cada paso que avanza,
se vislumbra una senda inexplorada y llena de incertidumbre,
mas no eriza el pelaje ni lo mantiene vigilante,
el lobo sólo avanza junto a la silueta que ha roto su jaula.