Allí donde el tiempo y el espacio colisionan,
abro los ojos en el templo de lo arcano
tras una década de cautiverio y amnesia,
sin ser capaz de recordar las bellas cristaleras
y sólidos muros que alzaban el sagrado lugar,
solo observando viejos y quebrados juguetes.
Me levanto y me percato de la decadencia del entorno,
me rodeo de jardines evaporados por tormentas abisales
de truenos violetas, de vidrios rotos y escombros abrasados.
En mi interior siento la bestia enjaulada
de la que tanto temo tiña el suelo con la sangre
de los inocentes, que me posea y consuma.
Diviso a lo lejos la fortaleza que clama
mi presencia, me espera paciente y sin nadie
que la haya asediado, traspasando
sus muros, dirijo mis pasos firmes
hacia la senda que me lleva hasta ese lugar
donde los hilos del sino me guían.
Durante mi marcha, filamentos negros se forman
a mi alrededor, tejiendo un velo que me oculta
y nubla mis sentidos, temeroso de perderme y no encontrar
el camino, siento como zarpas mis manos
y como hocico mi mandíbula, rasgo las hebras oscuras
y entiendo y acepto a la bestia en mí, pues no he de temerla,
sino atesorarla y apreciarla como protectora
del templo místico y del portador de su reliquia.
Llego a la entrada de la fortaleza
y veo el puente indemne de madera
invitándome a entrar en la ciudadela,
ésta cubierta por densa niebla grisácea
y en su interior sombras que acechan y que
con sus miradas furtivas, me atemorizan.
Las sombras intentan anclarme con sus etéreas cadenas
a la ciudadela de las almas en pena, perdidas y desgarradas,
para navegar por la eternidad en esa incertidumbre.
Emerge el pelaje grisáceo sobre mi piel
protegiéndome de los grilletes del pasado,
sigo adelante, la niebla se disipa y ellas se desvanecen.
Me encuentro ante las murallas que rodean
el palacio, allí donde escucho la voz
del desconocido venidero, aquel sonido
que reclama mi audiencia y mi nombre,
accedo y me encuentro ante la puerta
de lo arcano, reconstruida y fortificada.
Me sitúo ante el portón que custodia
la sala del trono junto a la tejedora,
cuyo su hilo me ha guiado,
reconozco los fragmentos de piedras preciosas
formando una cerradura sin llaves,
tomo cada uno de ellos y los observo,
me nutro de su sabiduría y la asimilo,
acto seguido se abre la sala del trono.
Me acerco al regio asiento y veo mis orígenes
en éste tallados, aún con resquicios
y esquirlas corruptas incrustadas en el escaño.
Dos pilares, uno a cada lado, se vinculan
con el trono, uno de ellos indemne, el otro
quebrado, derrumbado y carente de esencia.
Me aferro a los fragmentos oscuros
y converso con ellos, me recuerdan
el pasado y las heridas que una vez
sangraron, los revivo y acepto
haciendo que de esquirlas carmesíes
se tornen puras y se fusionen con mi ser.
En mi mente navegan las memorias de antaño
que inundan los recuerdos de mi letargo,
y ahora rememoro las vivencias de aquel día,
el día del tenebroso eclipse,
siento como las fangosas aguas lo anegaron,
siento como las oscuras llamas lo carbonizaron.
Salgo al exterior y miro dirección al templo,
un haz de luz abre el cielo y cae sobre él,
se escuchan las piedras y vidrios uniéndose de nuevo
se observa como los jardines toman color de vida
se oye la risa de un niño y el nostálgico sonajero,
la luz se extiende hasta el trono, devolviendo el equilibrio
a este lugar consumido por el abismo que me tomó como prisionero,
pero ahora este trono y este mundo me pertenecen a mí, su rey.