miércoles, 17 de agosto de 2022

El rostro del emperador

La escaramuza imperial se detiene,
el emperador observa al soberano

y se desvanece mientras sonríe,

se escuchan sus últimas palabras

en un discreto susurro, como una caricia

del viento en el oído, “Al fín”.


El soberano escucha murmullos ininteligibles,

confundido busca por la estancia su origen

y se percata del espejo frente al trono

la última de las pruebas para obtener la corona,

para apropiarse de su emblema

para ver su rostro real, para ver brillar su alma.


El monarca contempla su rostro y su cuerpo,

en su cabeza reposa la corona arcana,

en su mirada resplandece el fervor de su voluntad,

en su semblante se palpa las marcas y cicatrices

que el tiempo, los caminos, los pasos y el acero 

han forjado.


El rey, abrumado por las visiones y las sentencias

que revive y recuerda en el vidrio y en su faz,

vuelve en sí y divisa la luna sobre éste, siente su abrazo

cual suave y cariñosa brisa, en su hombro se posa la tejedora,

a su lado el guardián, y a su espalda emergen sus consejeros

y los pilares que fraguaron su corona y su imperio.

lunes, 15 de agosto de 2022

Luna de hielo

Adelantada a su tiempo y momento
se alza la luna de hielo desde el Sur,

haciendo que la espalda de la figura,

cubierta por la túnica venidera, se congele,

advirtiendo de los aires funestos 

que rodearán la isla remota.


Desafiando al orden natural, la mirada

de la noche se posa sobre la ínsula,

las nubes blanquecinas se tornan oscuras,

el cielo se tiñe de morado y los nubarrones

sacuden la tierra con su violácea realidad,

rompiendo el velo que lo cegó.


La silueta escucha la historia del sol y la luna,

de la que había sido prevenido, y aun así, 

observa hasta el final de la tierra destinada

a ser destruida por la misma que la formó

bajo la coraza de la guerra fría y del ego,

ahora debe hundirse para ver su núcleo.


El nómada se levanta al ver la llegada del cazador,

observa a su espalda el camino 

donde nace el alba y avanzan las horas

donde se alza el sol gris y se paraliza el tiempo

donde la verdad y las respuestas han estado

y han permanecido pacientes a su llegada.

Vitral violáceo

Ahora es la loba quien observa la hoguera,
quién se hunde en la profundidad de las llamas

quién cuya mirada se torna oscura y su calor se apaga,

él extendió su mano hacia la silueta albina

de cuyo alrededor se formó la cúpula violácea,

aquella que enfrió y deshilachó su vínculo.

 

El cazador se sentó paciente en la distancia

dejando pasar el tiempo y viendo el ojo de la noche,

una y otra vez, observando el iris perdido y ausente

de la loba. Fue en la luna del trueno que estalló la tormenta

las paredes de la cueva se agrietaron dejando así escapar

el ardor y calidez de la hoguera, minando el fervor de la pira.

 

Él abre los ojos, y se presencia la ausencia de fulgor,

las grietas de la tierra muestran las fatídicas nubes

cargadas de truenos y rayos violáceos, 

se siente su estruendo, tiembla la tierra y estalla el cielo.

Algo se clava en el pecho de la silueta vislumbra un fragmento

del vitral violáceo manchado con su sangre.

 

Alza la mirada y se percata de la realidad de la loba,

cegada por su propia guerra fría, constante e inmovil,

con una mecha prendida sobre la cúpula,

con una mecha paralizada en el tiempo, 

con una mecha preparada para detonar,

el cazador camina hacia el exterior de la cueva.

 

Se posa bajo el póstigo que separa el pétreo interior

del camino de tierra que lleva a la costa de la isla,

allí el cazador se frena y ojea los cráneos de la entrada,

los contempla con frustración por no haber comprendido

el mensaje que realmente le querían decir esas inertes

mandíbulas y esas cuencas vacías.

 

El que porta la piel grisácea del guardián toma su senda,

y una vez llega a la costa se acerca al muelle en busca

de la barca en la que llegó a la isla remota, éste embarca

y navega por el vasto océano observando de lejos,

como la tormenta consume la tierra de la playa,

como se desvanece la luz de la luna y de las estrellas.