en la húmeda arena, ésta aun con las manchas
que el poeta dejó en la tierra para encontrar el camino,
pero el avispado soberano alza su mirada a las estrellas
como el artista hizo en antaño, pues la retina albina
de la grata y afectuosa noche le examinó de vuelta.
El blanquecino iris del horizonte ojea su atavío
y asiente a la presencia y al carisma que inspiran,
la dilatada pupila del cielo inspecciona su mente
y atisba tras su carne, la esencia oculta,
aquella que une a la luna y al rey
aquella que el poeta no fue capaz de ver.
Ahora que el soberano la divisa
en el vasto horizonte celeste, éste le habla
y desconoce si sus palabras y plegarias
serán escuchadas, se pregunta si las ofrendas
serán de su agrado, si su aroma le llegará,
¿Será digno de portar sus dones y su etérea sangre?
Su llama es el faro que guía a las almas confundidas
por haber abandonado el plano de los mortales
hacia la senda donde Caronte navega río abajo,
su llama es fría cual ventisca embravecida
que congela a sus víctimas tras ser atravesadas,
es ella quien observa a sus hijos a través del cielo.
El protector potencia sus sentidos animales,
afila sus garras y dientes y curte su pelaje,
la tejedora aprende de sus hermanas
aquellas que moran con la túnica de ojos plateados,
el guia se abre paso a la esencia, a las almas
a través de los sonidos entre letra y letra.