domingo, 17 de diciembre de 2023

La senda del eclipse

Una vez atravesada la entrada del santuario,
y tras dar unos pocos pasos en su interior,
se escucha el atronador chirrido de las puertas
sellando así la entrada, el tenue brillo del exterior
se apaga, y la más sombría oscuridad emerge
envolviendo todo el lugar con sus lúgubres ropajes.

A su derecha se alza el solemne sol negro,
a su izquierda desciende la majestuosa luna violácea,
iluminando la estancia con una vaporosa y púrpura neblina
iluminando así la figura del nómada que sigue su senda.

Siente la monotonía de sus pasos, el metálico sonido
de las cadenas que se unen a las almas que le han acompañado
de las hebras acorazadas que a cada pisada se tornan más pesadas,
con las horas el caminante se detiene, y decide liberarse del acero
convirtiendo ese pesado acero en ligeras y etéreas plumas
algunas se desvanecen, otras vuelan libras, y las últimas le rodean.

El viajero prosigue su marcha, y tras perder la noción del tiempo
se encuentra en una estancia familiar y desconocida a su vez,
vuelve a la galería, el punto de partida de su travesía, 
vuelve a la galería donde termina y empieza la senda del eclipse.

Recuerda sus pasos mientras observa la nueva exposición
donde las salas están imbuidas en tranquilizador fulgor violeta
donde las lámparas emiten una acogedora y agradable calidez
donde los cristales que se colgaban con telarañas en el techo
ahora forman vitrales, uniéndose con las hebras de la tejedora,
donde aún hay estancias que no se han visitado ni se han construido.

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