y éste le devuelve la mirada
viendo a través de sus retinas
la batalla que se disputa en él.
El soberano se posa frente a la reliquia arcana
de cuyas brechas salen las sombras del poeta
éstas afilan sus garras y espadas y le apuntan,
mas el rey alza su mangual y se defiende,
dialogan a través de los estruendos
metálicos que resuenan por la estancia.
Entre golpe y golpe, el que ostenta el asiento real
se percata de que en aquellas figuras sombrías
hay briznas de claridad ocultas y consumidas
por las propias tinieblas que rezuman de éstas,
una vez caen y el combate cesa, la reliquia absorbe
las hebras de luz y se agrieta, dejando ver su esencia arcana.
A medida que las siluetas lóbregas perecen
nuevas hordas aparecen, pero éstas se tornan
fragmentos dorados que caen en ese suelo etéreo
donde levita la reliquia, siendo piezas que unidas
forjan la corona que portará el monarca una vez
sea digno de acomodarse donde se halla su nombre grabado.
Pues es así como el gobernante comprende
que aquellas sombras en antaño eran la luz
que olvidó que tenía durante su letargo,
que aquella claridad y aquel fulgor lejanos
fueron consumidos por el devastador abismo
que quiebra y arrasa con todo a su paso.
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