martes, 14 de junio de 2022

Dinastía celeste

Se hunden las metálicas huellas del monarca
en la húmeda arena, ésta aun con las manchas

que el poeta dejó en la tierra para encontrar el camino,

pero el avispado soberano alza su mirada a las estrellas

como el artista hizo en antaño, pues la retina albina

de la grata y afectuosa noche le examinó de vuelta.


El blanquecino iris del horizonte ojea su atavío

y asiente a la presencia y al carisma que inspiran,

la dilatada pupila del cielo inspecciona su mente

y atisba tras su carne, la esencia oculta,

aquella que une a la luna y al rey

aquella que el poeta no fue capaz de ver.


Ahora que el soberano la divisa

en el vasto horizonte celeste, éste le habla

y desconoce si sus palabras y plegarias

serán escuchadas, se pregunta si las ofrendas

serán de su agrado, si su aroma le llegará,

¿Será digno de portar sus dones y su etérea sangre?


Su llama es el faro que guía a las almas confundidas

por haber abandonado el plano de los mortales

hacia la senda donde Caronte navega río abajo,

su llama es fría cual ventisca embravecida

que congela a sus víctimas tras ser atravesadas,

es ella quien observa a sus hijos a través del cielo.


El protector potencia sus sentidos animales,

afila sus garras y dientes y curte su pelaje,

la tejedora aprende de sus hermanas

aquellas que moran con la túnica de ojos plateados,

el guia se abre paso a la esencia, a las almas

a través de los sonidos entre letra y letra.


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