viernes, 10 de junio de 2022

El emblema del emperador

Se siente la última sacudida de su mangual
atravesando la resistente sombra del poeta,
la reliquia se agrieta formando un arco dorado

y dejando entre ver la pluma del trovador,

aquella que ahora porta el monarca

y cuya tinta recorre sus venas.


Éste abre los ojos, sus pupilas se fijan

en la ausencia de esquirlas en el trono

en la presencia de polvo cristalino en sus contornos,

siente el peso de los fragmentos de la aureola real.

Se escucha alguien serpenteando tras el puesto ostentado,

¿Quién ha entrado en sus aposentos y osa intervenir en el sino?


Una silueta de denso y lúgubre aspecto emerge

vestida con el metal oxidado y corroído

por el paso del tiempo y la erosión del olvido,

pues el soberano no recordaba ni su rostro

ni su mirada, sus ojos se cruzan y la sombra

le apunta con su desafiante y combativo espadón.


El monarca y la robusta figura se enfrentan

y a cada choque de sus curtidas armas

se forjan los relámpagos que llevan al rey

a aquel lugar donde el tiempo transcurre detenido

a aquel lugar donde la tinta le susurra su nombre,

el emperador, título digno de posarse en el trono.


Vuelve en sí mismo tras el mensaje del poeta

y su pluma dorada, vislumbra sobre la cabeza

del emperador los fragmentos de una reliquia grisácea,

siente que aquellos cristales resuenan con su esencia

y su alma, que portan su nombre y que para completar

la imperfecta corona, disputarán la interminable contienda.


Mientras acontece la escaramuza imperial

en las espaldas del soberano es el juglar,

con su laúd y su melodía quien dibuja

y levanta el estandarte venidero

aquel que exhibe altivo el emblema

aun impropio y maltrecho por su letargo.

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