no nos permiten escuchar ni sentir
lo que nos ofrece las tierras e hijos
de Gaia?
¿Por qué no somos capaces de atender
a las historias que los robles nos cuentan
al mecer sus hojas o mostrar sus raíces?
¿Será que no escuchamos sus latidos?
¿Por qué no nos quedamos embelesados
por la danza de la hierba del prado
acompañada por el rocío y por el viento?
¿Será que no logramos percibir su melodía?
¿Por qué no ojeamos a cada instante
el atavío celeste de la luna y sus delicados
y estrellados ornamentos?
¿Será que el centelleo de su mirada nos ciega?
¿Por qué no prestamos atención a los cantos
de los ríos y mares, cuya voz nos quieren
hacer llegar a nuestros oídos obstruidos?
¿Será que los estruendos industriales nos han ensordecido?
Tal vez nuestros sentidos están limitados
tal vez Gaia nos niega su gracia
tal vez no tenemos tiempo para apreciarlas
tal vez no queremos ni escuchar ni ver.
Una vez nuestros sentidos se abren
y Gaia nos considera dignos de escuchar
sus suaves y tenues palabras, se fortalece
nuestro entendimiento del horizonte.
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